Alfred Pennyworth
Las abracadabrantes peripecias de un mayordomo
II. LA MISIVA [continuación...]
"...Apenas regresó [Bruce Wayne], asumió el control de sus empresas y monopolizó las páginas sociales de tabloides locales y portadas de revistas dedicadas a escrutar las sandeces de ricos y famosos. Puertas adentro, se afanó en construir –en brevísimo plazo y con extremo sigilo- un anexo en el sótano de la mansión –¡como si no sobrase espacio!- para destinarlo –según parcamente me dijo- a refugio, cochera, oficina privada y gimnasio. Se aficionó también a los placeres –por lo menos eso pensé entonces- de la bohemia citadina. Cada noche, al borde de la madrugada, le oía escurrirse por las escaleras, bajar al sótano y de allí salir, al volante de su peculiar vehículo deportivo, para siempre retornar a casa –como si fuese el mismísimo Nosferatu [1]- poco antes del amanecer.
Como dije, asumí que mi amo -joven aún, adinerado y soltero- destinaba las noches al goce de la gastronomía, el solaz de las botellas y el deleite de las damas. Sin embargo, ciertas circunstancias me hicieron abrazar –dolorosamente- otras hipótesis.
No crean, por favor, que estoy divagando y haciéndoles perder su valioso tiempo con anécdotas intrascendentes. Como constatarán en pocas líneas, este asunto resulta esencial para justificar lo que considero son prestaciones e indemnizaciones más que merecidas por fieles servicios ejecutados y lesiones psíquicas sufridas.
Advertía en el amo Bruce, días tras día, moretones, inflamaciones, magulladuras, cojeras pertinaces, vendajes y suturas inexpertas. Después de varios meses de silente agonía lo comenté con una muy querida y prudente amiga -en realidad, mi única amiga-, no con ánimo de esparcir las intimidades del patrono, como acostumbra la chusma, sino por sincera y lacerante preocupación. Ella, casi de inmediato, al terminar de escuchar mi relato, dedujo que el amo Bruce era parte de un –clandestino- club de pelea, como había visto recientemente en una estrafalaria película [2] de mal gusto y peor factura, como pude luego constatar. No sé si alguno de Uds. también perdió dos horas de su vida pero, en síntesis, se trata de un puñado de gamberros [3] que regularmente se congregan en sótanos de edificios abandonados para intercambiar salvajes puñetazos y puntapiés como peculiar terapia grupal.
El desconsuelo provocado por el rasgo sado-masoquista que creí descubrir en el amo Bruce, a quien había educado como un hijo, si hijo hubiese tenido, se tornó aún más intenso, hasta los límites de la desesperación, cuando un hallazgo fortuito me condujo a imputarle abominaciones de mayor calado, incluso merecedoras de escarmiento divino [4].
Un día, a tempranas horas de la mañana, recibí llamada telefónica del teniente James Gordon del Departamento de Policía de Gotham City, quien me exhortó, con abrumador énfasis, a ponerle al habla al amo Bruce. De nada valió explicarle que se encontraba descansando, fatigado por la extenuante jornada del día anterior y que lo conveniente y cortés sería reintentar el contacto en horas de la tarde. El tono grave y las veladas amenazas del policía me persuadieron de hacer todo lo posible para facilitar el diálogo propuesto. Toqué la puerta de la habitación, con intensidad creciente. Trascurridos –quizá- un par de minutos, la abrí y desde el umbral exclamé, amo Bruce, le llaman por teléfono. Lo repetí unas cuantas veces. Frustrado, me acerqué a la cama y persistí en mi llamado, con idéntico resultado. Solo entonces me animé a tocarle ligeramente el hombro y descorrer las sábanas, como tantas veces hice para asegurar que el joven remolón llegase temprano a su escuela. ¡Oh sorpresa mayúscula!, el amo Bruce traía puestos unos ceñidos pantalones de látex negro, rasgados en mil partes y empapados de sangre. Retrocedí instintivamente y pisé sin querer algunas prendas de vestir que estaban en el suelo, al pie de la cama, y que no había antes advertido por la escasa luz. Al mirarlas con fijeza constaté que se trataba de una especie de capote, sobre éste una máscara –quizá- de cuero, tímidamente encornada y, poco más allá, un par de botas altas, todas piezas oscuras y sin lustre. Contuve el aliento, volví sobre mis pasos, salí trastabillando, y cerré con extremado sigilo la puerta. Me recosté contra la pared del pasillo para no caer de rodillas, enceguecido por brillo radiante de la verdad expuesta de sopetón.
Las piezas habían encajado cruelmente. Era obvio –eso pensé entonces- que el amo Bruce se entregaba a sórdidas abominaciones contra natura que pretendía mantener ocultas a los ojos de la sociedad. De allí las noctámbulas excursiones y los estragos sobre su cuerpo, para no hablar de su alma. Probablemente una degenerada sexualidad [5] le compelía a travestirse entre penumbras y frecuentar antros de amancebamiento promiscuo y salvaje [6]. Ese era su fuego escondido, su agradable llaga, su sabroso veneno, su dulce amargura, su deleitable dolencia, su alegre tormento [7].
Pensé de inmediato en renunciar –con toda justificación [8]- y abandonar la Mansión, sin mirar atrás, antes de que las nubes se cargasen de azufre y fuego [9]-[10]. Pero no pude. ¿A dónde iría? ¿En qué habría de ocupar mis horas? Los trabajadores domésticos –al igual que los animales domésticos- no tenemos otro hogar que el hogar del amo. Así que decidí postergar la partida, vendarme los ojos y –como todo buen cobarde- adormecer el corazón. De todas las bajas pasiones, el miedo es sin duda la más maldita [11].
Por suerte, pocos meses después el amo Bruce –quizá sospechando el origen de mi inocultable abatimiento- me reveló la verdad y con ello cauterizó la herida que me abrasaba sin contemplaciones. Supe entonces –o por lo menos eso alcancé a entender- que formaba parte de una tropa élite de la policía secreta que realizaba acciones de alto riesgo para extirpar el crimen organizado. Que los años de su exilio voluntario estuvieron dedicados a extenuantes entrenamientos físicos y psíquicos que terminaron por forjarlo un guerrero extraordinario. Me pidió, sin que fuese necesario, pues prudencia y contención son rasgos esenciales en un mayordomo, que guardase el secreto. Y si hoy lo comparto es porque las circunstancias me obligan a ello y, en todo caso, confío en que Uds., por imperativo deóntico, sabrán –igualmente- preservar sigilo [12].
Caí en cuenta que de este modo –poniendo en riesgo su vida y, seguramente, arrebatándosela a otros- intentaba cobrar venganza por el asesinato de sus padres y abrir así la celda oscura que lo aprisionaba por dentro. El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo en cenizas [13].
¡Oh paradoja! Si bien la verdad develada sanó mi espíritu envenenado, abrió también de par en par las puertas a nuevos pesares que, con el correr del tiempo, habrían de menguar mis fuerzas, arrebatarme toda calma y desahuciarme de la vida del amo Bruce.
Compartido el secreto, mis tareas como mayordomo se intensificaron grandemente pues, además de todo lo ya descrito, debí apoyar las gestiones nocturnales de mi amo [14], atento a cualquier llamado de emergencia, dispuesto a brindarle apoyo logístico desde las oficinas del sótano de la mansión, zurciendo trajes que –como consecuencia de cotidianas y rabiosas escaramuzas- traía a casa hechos jirones, suturando heridas, encajando huesos fracturados, entablillando brazos y piernas, vendando costillas rotas, lavando –una y otra vez- la sangre en la ropa, las toallas, las sábanas, las escaleras, las alfombras, los lavamanos, las duchas, los guardafangos, las carrocerías, las tapicerías, los pisos y paredes del sótano, del dormitorio...Sangre y más sangre, propia y ajena, derramada quién sabe por qué o en qué condiciones. Y aunque solo fui el limpiador, no pude dejar de sentirme también roto y, más que eso, irremediablemente sucio.
Estas nuevas tareas y su monstruosa carga de brutalidad me confinaron en los vastos territorios del insomnio y, como consecuencia de ello, en el más profundo abatimiento físico y mental. Así que, además de la pérdida del sueño y las horas extraordinarias laboradas [15], la intensidad de las cargas que debí soportar, el sigilo que merecían, y el contacto diario con la maldad, me postraron en honda depresión.
No podía –no puedo- conciliar el sueño por más de quince minutos y siempre despertaba –despierto- sobresaltado. Torturado cruelmente por pesadillas y migrañas, comencé a mal alimentarme, retomé los malditos vicios del cigarro y del alcohol, e incluso experimenté con drogas –que gracias al Altísimo- dejé atrás. Fui triste testigo de las exequias de mi libido, incapaz de resucitar al margen de maniobras o azuladas pócimas [16]. Nunca más –hasta mi abrupto e injustificado despido- me atreví a pisar terreno fuera de la mansión Wayne pues sentía pánico de toparme con algún cruel criminal que pudiese tener cuentas por ajustar con mi patrono.
Hoy, con varios meses y un océano de por medio, anclado en la poética Toscana, el cuadro depresivo que acabo de describir persiste sin cambios favorables.
Desde hace poco más de un año me martiriza una pesadilla recurrente. Estoy sentado en una amplia poltrona y frente a mí, de pie, un hombre con el rostro mal pintarrajeado y estrafalariamente vestido [17]. Suena una canción vulgar. La letra se repite una y otra vez. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? [18] 🎵 No puedo ocultar el desagrado. Intento levantarme y apagar el tocadiscos pero soy incapaz de mover un solo músculo. Estoy inmóvil. Tampoco puedo articular palabra. El hombre extrae parsimoniosamente de su chaqueta una lustrosa navaja y coloca su rostro a escasos milímetros del mío. Su corrompido aliento me provoca nauseas que infructuosamente intento encubrir.
-¿Le atormenta el ruido al caballero? No se preocupe, estoy aquí para servirlo.
Sin borrar la sonrisa me corta de un tajo una oreja, e inmediatamente la otra [19].
-El caballero está servido. A mis pies yacen las orejas mutiladas sobre un charco de sangre espesa, rodeadas de frutas agusanadas, conchas marinas y colillas de cigarro. Siento un dolor que me desgarra y, sin embargo, soy incapaz de gritar. La música sigue sonando. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? 🎵 El hombre sonriente limpia con máxima meticulosidad la navaja. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? 🎵 Pero no la guarda. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? 🎵 Se aproxima como si fuese a besarme en los labios. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? 🎵 La pestilencia de su aliento se hace insoportable. ¿Crees que lo peor de todo quedó lejos atrás? 🎵 No puedo evitar –una vez más- mostrar asco. -¿Le incomoda mi feo rostro al caballero? No se preocupe, estoy aquí para servirlo.
Despierto justo antes de que me vacíe las cuencas de los ojos, titiritando de miedo.
Estoy consciente que toda esta palabrería –de la que solo yo puedo dar fe- merecerá certificación psiquiátrica. Les comento que nunca he visitado loqueros [20] pues les tengo por charlatanes de pusilánimes y maricones [21]. No obstante, si como intuyo, ello resultase esencial para afrontar un eventual litigio, solo háganmelo saber y me tendrán de inmediato ovillado en el diván más próximo.
Lo cierto es que este severo trastorno de la personalidad que padezco y me reduce al estado de muerto en vida denuncia el criminal incumplimiento del deber patronal –primero y fundamental- de previsión o garantía de la plena integridad de sus trabajadores [22]. El amo Bruce jamás debió involucrarme en su andanzas como justiciero y, mucho menos, sin el debido entrenamiento, advertencia de riesgos, aleccionamiento sobre principios prevención y adecuada retribución. Por ello me considero acreedor de una significativa indemnización por vulneración de mi integridad psíquica y pérdida absoluta de mi capacidad de continuar prestando servicios productivos [23].
Un último capítulo resta a esta abreviada narración que tan solo pretende ofrecer datos relevantes para la confección de un justo pliego de reclamo de reivindicaciones laborales. Se trata del despido injustificado de que fui objeto y de las indemnizaciones agravadas que deberían proceder por omisión de preaviso y desahucio abrupto.
Agobiado por el insomnio y el estrés laboral, literalmente quemado [24], harto del mal genio de mi patrono, incluso atemorizado por su cada vez más agrio e incivilizado carácter, le encaré un día para rogarle pusiese fin a su etapa como vengador nocturno. Alegué que ya su cuerpo y su mente habían sufrido excesivos embates, más de lo que un hombre ordinario hubiese podido tolerar y que, por tanto, debía enfocarse en conseguir una pareja digna -no como su difunta prometida, tan dispuesta a calentar el lecho del prójimo [25]-, levantar una familia y, sobre todo, alcanzar, antes que fuese tarde, la siempre esquiva felicidad. Le dije, finalmente, que, con mi edad y mermada salud, no tendría fuerzas para enterrar a otro Wayne.
Algo de lo dicho debió encolerizarlo pues, sin siquiera mirarme a los ojos, me conminó a abandonar de inmediato la mansión para no volver jamás. Acto seguido se dio la vuelta y ascendió por las escaleras que conducen a su habitación.
Ese mismo día, con una maleta en cada mano, una para la ropa y enseres y otra para los libros, aturdido aún, incapaz de elegir destino, partí –sin retorno- de la mansión Wayne. Hoy resido en Florencia, sin oficio y privado de cualquier ilusión, solo y sin nadie en el espejo [26], habitando una casa hueca [27], evocando achacosamente el pasado.
Por tanto, creo merecer una indemnización por haber sido despedido sin el menor decoro, aviso previo ni pago de prestaciones [28]. Desalojado abruptamente, lanzado a la calle como un traste, entristecido y desorientado como un perro abandonado por su amo.
Así que no solo procedería una indemnización por la injustificada extinción del vínculo laboral sino que esta debería incrementarse en mucho por haberme expulsado abusivamente del lugar donde he residido y trabajado fielmente la mayor parte de mi vida y que, hasta ese momento, abracé como único hogar.
En síntesis, estimados Señores, pretendo, con su concurso profesional, hilvanar los fundamentos jurídicos que aseguren, mediante negociación o por condena judicial, el reconocimiento del carácter ininterrumpido de la relación de trabajo que mantuve con la familia Wayne, incluyendo los lapsos en que el amo Bruce, huérfano y menor de edad, fue puesto –por disposición testamentaria de su padre- bajo mi tutela, y luego, hecho hombre, decidió vagabundear por el mundo. Asimismo, merezco percibir íntegramente las prestaciones –y los intereses por retardo- que pudiesen derivar de dicha relación de trabajo, incluyendo –de modo particular- la retribución por las innumerables horas extraordinarias nocturnas ejecutadas en beneficio del amo Bruce, desde que me vi obligado a prestarle apoyo en sus nocturnas incursiones. De otro lado, estoy convencido de que me corresponde una indemnización –abultada- por terminación injustificada y abrupta del vínculo laboral, y desahucio arbitrario del lugar que –por décadas- consideré mi único hogar. Por último, una vez acreditado el diagnóstico del loquero [29] tratante, aspiro hacerme de indemnización suficiente por los daños derivados del estrés laboral padecido y que, tal como antes describí, me inflige insomnio, migraña, desorden nutricional, tabaquismo, alcoholismo, y pérdida irremediable de la libido.
Ojalá queden Uds. convencidos de los derechos que me asisten y puedan patrocinarme, animados a impulsar la justicia para un colectivo olvidado [30], sin arredrarse ante el poder económico y las legiones de lacayos leguleyos de Empresas Wayne, Inc.
Anhelo puedan asimismo compadecerse de mis menguados recursos, comprometidos todos en preservar mi precaria salud, y se animen a asumir conmigo –como noble carga dikelógica[31]- los riesgos de esta cruzada [32]. Las empresas extraordinarias parecen imposibles a los que, midiendo la dificultad material de las cosas, imaginan que lo que no ha sucedido no puede suceder [33].
No duden, por favor, en ponerse en contacto conmigo si les asalta alguna duda. Saben bien que tiempo y soledad me sobran.
Respetuosamente, Alfred Pennyworth”.
[1] Protagonista de la película Nosferatu, una sinfonía del horror (1922), dirigida por F. W. Murnau e inspirada en la novela Drácula de Bram Stoker (1897). [2] Seguramente refiere a la película El club de la pelea (Fight Club), dirigida por David Fincher (1999). Si mi deducción fuese acertada, debo señalar que, contrariamente a lo manifestado por el Sr. Pennyworth, Fight Club es una de mis películas favoritas. [3] Hooligans, en el original (N. del T.). [4] Albergando sentimientos homofóbicos, como más abajo queda en evidencia, la frase probablemente refiera a Levítico 20:13: “Si un varón se ayuntase con otro varón, como se hace con una mujer, ambos comenten cosa abominable; morirán sin remisión. Su sangre caerá sobre ellos”. [5] Degenerate sexuality en el original (N. del T.). [6] Repruebo el tono homofóbico de la misiva. [7] Fernando de Rojas, La Celestina. [8] Las preferencias sexuales del patrono o del trabajador no justifican –en una sociedad democrática y, por tanto, plural- la extinción del vínculo laboral. [9] Génesis 19:24. [10] Una vez más deploro el tono descaradamente homofóbico de la misiva que se traduce. Todos los seres humanos, en tanto dotados de dignidad, tienen derecho a satisfacer plenamente sus preferencias sexuales, sin discriminación de especie alguna. [11] William Shakespeare, Enrique IV. [12] Alude al deber de secreto profesional del abogado, análogo al contemplado en el juramento de Hipócrates: “Todo lo que vea y oiga en el ejercicio de mi profesión, y todo lo que supiere acerca de la vida de alguien, si es cosa que no debe ser divulgada, lo callaré y lo guardaré con secreto inviolable”. Al respecto señala Ángel Ossorio y Gallardo: “Todos sabemos que el abogado está obligado a guardar secreto y sabemos muy bien que no guardarlo es un delito” (El alma de la toga. Ed. Porrúa, México, 2005, p. 25). “La abogacía no es una carrera ni un oficio sino un ministerio y como tal hay que contemplarla sin que le alcance ninguna otra regulación” (Ibídem, p. 27). [13] William Shakespeare, Otelo. [14] El Art. 10.3 del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos (2011) dispone que: “Los períodos durante los cuales los trabajadores domésticos no disponen libremente de su tiempo y permanecen a disposición del hogar para responder a posibles requerimientos de sus servicios deberán considerarse como horas de trabajo, en la medida en que se determine en la legislación nacional o en convenios colectivos o con arreglo a cualquier otro mecanismo acorde con la práctica nacional”. [15] El Art. 10.1 del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos (2011) dispone que: “Todo Miembro deberá adoptar medidas con miras a asegurar la igualdad de trato entre los trabajadores domésticos y los trabajadores en general en relación a las horas normales de trabajo [y] la compensación de las horas extraordinarias […], en conformidad con la legislación nacional o con convenios colectivos, teniendo en cuenta las características especiales del trabajo doméstico”. [16] Blue potion, en el original (N. del T.). En el contexto ofrecido, donde se confiesa la pérdida irremediable de la libido, la pócima azul alude –casi con certeza- al viagra (citrato de sildenafil). [17] El torturador –en la pesadilla- se asemeja al asesino serial -alias The Joker- que aterrorizó a Ghotam City, luego de su fuga del Manicomio Arkham. Según Gotham Observer, The Joker solía dibujar -con navaja- una sonrisa en el rostro de sus víctimas. [18] Ver nota 1. [19] La cruenta imagen evoca la icónica escena de la película Reservoir dogs (1992), dirigida por Quentin Tarantino, cuando Mr. Blonde (Michael Madsen), se dirige a un –torturado- policía cautivo (Kirk Blatz), navaja en mano, cantando y bailando animadamente Stuck in the middle with you (Stealers wheel, 1972), para rebanarle, sin premura, una oreja. Luego, Mr. Blonde, ante su víctima, ensangrentada y en shock por el intenso dolor, mira con desprecio la oreja mutilada y la aproxima a su boca para decirle: “Oye, ¿qué está pasando?” (“Hey, what´s going on?”). Finalmente se deshace de ella, lanzándola al suelo con histriónico desprecio, como si no fuese más que basura. [20] Shrinks, en el original (N. del T.). [21] Faggots, en el original (N. del T.). [22] El Art. 13.1 del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos (2011) dispone que “Todo trabajador doméstico tiene derecho a un entorno de trabajo seguro y saludable. Todo Miembro, en conformidad con la legislación y la práctica nacionales, deberá adoptar medidas eficaces, teniendo debidamente en cuenta las características específicas del trabajo doméstico, a fin de asegurar la seguridad y la salud en el trabajo de los trabajadores domésticos”. [23] Lucro cesante. [24] Burned out, en el original (N. del T.). Sugiere así el remitente de la misiva padecer el síndrome de burn out, es decir, “cansancio emocional, despersonalización y baja realización personal” como consecuencia del “estrés crónico laboral”. Ver Anabella Martínez (2010): “El síndrome de bornout. Evolución conceptual y estado actual de la cuestión”. Revista de Comunicación Vivat Academia, N° 112. Universidad Complutense, Madrid, p. 46. Recuperado de: https://www.redalyc.org/pdf/5257/525752962004.pdf. [25] Si esta invectiva contra la difunta prometida de Bruce Wayne -equivalente a llamarla casquivana o ligera de cascos- fue expresada a viva voz, constituiría, en mí criterio, injuria o falta grave al respeto debido al patrono, justificando el despido de Alfred Pennyworth. [26] Del poema de Jorge Luis Borges, Un sábado (Historia de la noche, 1977). [27] Ídem. [28] La estabilidad en el empleo del trabajador doméstico suele constituir motivo de debate toda vez que su cohabitación con el patrono sugiere la procedencia del despido ad nutum o injustificado. Sin embargo, ello no debería liberar al patrono del pago de las indemnizaciones que resulten procedentes en análogas circunstancias. [29] Shrink, en el original (N. del T.). [30] El Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo sobre las trabajadoras y los trabajadores domésticos (2011) advierte en su Preámbulo (4to párrafo) que “el trabajo doméstico sigue siendo infravalorado e invisible…”. [31] Relativo a la justicia. Deriva de Dike, diosa de la justicia, hija de Zeus y Temis, según la mitología griega. Equivalente a Iustitia, en la mitología romana. [32] Sugiere un pacto de cuota litis, es decir, que el abogado acepte que sus honorarios serán pagados con una cuota o porción de la suma dineraria que –tras negociaciones y/o litigios- sea efectivamente cobrada. [33] William Shakespeare, La fierecilla domada.
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